Historia del Santo Rosario
En 1212, durante su estancia en Tolosa, Santo Domingo de Guzmán recibió una aparición de la Virgen María. Ella, con una ternura infinita, le entregó el Santo Rosario como respuesta a su ferviente oración por la conversión de los herejes albigenses.
Esta visión divina marcó el inicio de una de las devociones más poderosas de la Iglesia, que se convertiría en medio de victoria espiritual frente a las adversidades del alma, en fuente de innumerables milagros propiciando curaciones y conversiones, y favores extraordinarios como el final de guerras, cataclismos y epidemias.
En el siglo XVI, la victoria de la armada cristiana en la batalla de Lepanto el 7 de octubre de 1571, tuvo lugar gracias a la mediación de la Virgen, tal como expresó San Pio V, en el mensaje que envió a las tropas triunfantes:
"No fueron las técnicas, no fueron las armas, las que nos consiguieron la victoria. Fue la intercesión de la Santísima Virgen María, Madre de Dios”.
Para recibir de Dios la gracia de la victoria, el Papa pidió como condición a todos los combatientes que se confesaran y recibieran la comunión antes de enfrentarse a la batalla. Mientras, el Papa realizó un llamamiento a toda Europa exhortando a rezar el Rosario sin descanso y ordenó la devoción de las 40 horas en Roma, tiempo crucial durante el cual aconteció la batalla, que llevó a miles de fieles a las iglesias abiertas día y noche para suplicar la victoria.
La armada otomana era muy superior en medios y en combatientes, y la flota cristiana parecía tener todo en contra. Sin embargo, en un momento providencial, la dirección del viento cambió a favor de la armada cristiana y se lanzó al ataque, derrotando la armada otomana, y obteniendo una arrolladora victoria. A raíz de la laureada conquista, en 1573 el Papa Gregorio XIII, instauró la festividad de la Virgen del Rosario el primer domingo de octubre, aunque con el tiempo, esta fiesta quedó instaurada el 7 de octubre, día de la batalla de Lepanto.
También San Pío V determinará el modo de rezar el Rosario, constituído por tres conjuntos de cinco misterios. Los misterios gozosos nos invitan a meditar los pasajes más relevantes de encarnación y la infancia de Jesús, a profundizar en los albores del plan de salvación, cuando Dios mismo entra en la historia humana gracias al fiat de la Virgen María. Los misterios dolorosos nos llevan a contemplar la pasión de nuestro Señor Jesucristo, a adentrarnos en el misterio del sacrificio salvífico, a ahondar en el anonadamiento, el abandono supremo y confiado a la voluntad de Padre. Y los misterios gloriosos comiezan con la meditación de la resurrección de nuestro Señor y su triunfo definitivo sobre la muerte y el pecado, y concluyen con la asunción de la Virgen María al cielo y su coronación como reina de los cielos.
Desde entonces, esta sencilla y a la vez profunda oración se consolidó como refugio de consuelo, fuerza y confianza, especialmente en momentos de dificultad, y en 1629 el dominico fray Timoteo Ricci (1579-1643) instituyó el Rosario Perpetuo.
Fray Timoteo Ricci, en un gesto de profunda fe, repartió 8.760 tarjetas, correspondientes a las horas de un año solar, para asegurar que, en cada hora del día, alguien se dedicara a rezar los quince misterios del Rosario. Este ingenioso método tuvo tanta acogida que en varias ciudades se distribuyeron múltiples grupos de tarjetas, superando con creces el número inicial. Con el respaldo de la Santa Sede, el Rosario Perpetuo se extendió por Europa y las tierras de misión, convirtiéndose en un pilar de la oración ininterrumpida.
Siglos después, esta santa tradición continúa. Hoy, nos unimos en una misma voz para mantener encendida esta llama de oración, ofreciendo nuestro Rosario por las intenciones particulares de Regina Cæli y por aquellos que más lo necesitan.
Jan Peeters. Batalla de Lepanto de con el Papa Pío V ante una estatua de Catalina de Ricci.
Giovanni Battista Salvi. Nuestra Señora del Rosario con Santo Domingo y Santa Catalina.
Lorenzo Lotto. Nuestra Señora del Rosario.